Relato de un Día Normal
El estruendoso ruido de la
alarma le perforó los oídos, abriéndose paso por su cerebro y despertándole del
trance en que se encontraba. Eran las cuatro y media, la misma hora de siempre,
a la cual se despertaba todos los días, y es que no había razón para que no lo
fueran, era un día normal.
Se levantó y empezó con su
rutina: Tomó una ducha, se cepilló los dientes, se arregló y bebió su
chocolate; entonces salió. El frío de la mañana era casi imperceptible para él,
pues lo había experimentado toda su vida, más bien le habría resultado raro si
esa mañana no hacía frío.
Las nubladas calles de la
ciudad estaban tan abarrotadas como siempre, llenas de gente que iban a
trabajar o estudiar, como todas las mañanas, todos vestidos con sus abrigos
monocromáticos, caminando rápidamente, sin voltearse o decir una palabra,
simplemente andaban. Si se tuviera una vista aérea de la calle, a uno le
parecerían más un grupo de hormigas, caminando de aquí para allá, como cuando a
alguien se le olvida un terrón de azúcar en la cocina.
Él caminaba por su ruta
habitual, apurándose por no llegar tarde al trabajo. Ya iba pasando por la
plaza centras, donde quedaba el edificio en el que trabajaba, cuando de repente
notó algo inusual, pues una buena cantidad de personas se había agrupado
alrededor del centro del parque, cosa que nunca había visto. Tuvo el impulso de
acercarse y conocer la situación; se podría decir que surgió dentro de él una
curiosidad que nunca antes había experimentado.
La gente se aglomeraba
alrededor de un hombre que contrastaba con el resto del mundo, pues el amarillo
de sus ropas le hacía destacar entre la gris multitud. Cuando estuvo lo
suficientemente cerca pudo escuchar su enérgica voz, dando un discurso que no
parecía haber empezado hace mucho.
El hombre hablaba con
cierta tensión, pero decidido; sacudiendo los callejones adyacentes con el eco
de sus palabras. Sin embargo, la gente parecía no prestarle atención a lo que
salía de su boca, solo miraban, asombrados, tal vez incluso un poco aterrados
de su presencia, pues rompía completamente con su rutina diaria.
No obstante, había alguien
que sí le escuchaba. Él, no podía decir que entendiera de qué estaba hablando,
más de la mitad de lo que decía no le resultaba más que un balbuceo
incongruente, más encontraba fascinación en su mismo ser, en ese desencaje del
resto, no podía dejar de asombrarse delante de tal escena.
Pero de repente, antes de
que el orador terminara otra frase, se oyó un fuerte estruendo, y antes de que
se diera cuenta, estaba en el suelo, sangrando. Alguien había recogido una
piedra y se la había arrojado. Lo que siguió fue una visión que el hombre nunca
podría borrar de su memoria: adultos, jóvenes, hombres y mujeres, todos
empezaron a lanzarle todo aquello que tuvieran a la mano. Asustado, se largó de
allí rápidamente, y se escabulló en su oficina. Agitado, respiró hondo, y
tratando de enfocarse en algo distinto, empezó a hacer su trabajo, pero no
podía, su mente se nublaba, lo que acababa de pasar no se le quitaba de la
cabeza, su día normal había sido interrumpido por un huracán de sentimientos
encontrados por el show que había presenciado en la plaza.
Miró por la ventanilla que
daba a la calle y pudo ver que ya no había nadie en el lugar. Un cadáver era
todo lo que quedaba de tan horrible escena, sus ropas bañadas en sangre
contrastaban incluso al pasar a mejor vida, mas la gente simplemente lo
ignoraba, como esperando que con el tiempo se borrara, pues no querían que sus
días normales fueran disturbados de nuevo.
Entonces, se fue sin ni
siquiera terminar su labor del día, escapó y se fue corriendo a su casa, de
repente no se sentía igual, algo había cambiado, sus ojos percibían el mundo de
otra manera, todo parecía tan fútil, tan monótono…
Entró y se dejó caer en su
colchón, con la cabeza tan hinchada de pensamientos que sentía que le iba a estallar, deseando que tal vez mañana fuera
un día normal.
Autor: Santiago Andrés León Higuera
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