viernes, 7 de junio de 2019

Relato de un día normal


Relato de un Día Normal



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            El estruendoso ruido de la alarma le perforó los oídos, abriéndose paso por su cerebro y despertándole del trance en que se encontraba. Eran las cuatro y media, la misma hora de siempre, a la cual se despertaba todos los días, y es que no había razón para que no lo fueran, era un día normal.
            Se levantó y empezó con su rutina: Tomó una ducha, se cepilló los dientes, se arregló y bebió su chocolate; entonces salió. El frío de la mañana era casi imperceptible para él, pues lo había experimentado toda su vida, más bien le habría resultado raro si esa mañana no hacía frío.
            Las nubladas calles de la ciudad estaban tan abarrotadas como siempre, llenas de gente que iban a trabajar o estudiar, como todas las mañanas, todos vestidos con sus abrigos monocromáticos, caminando rápidamente, sin voltearse o decir una palabra, simplemente andaban. Si se tuviera una vista aérea de la calle, a uno le parecerían más un grupo de hormigas, caminando de aquí para allá, como cuando a alguien se le olvida un terrón de azúcar en la cocina.
            Él caminaba por su ruta habitual, apurándose por no llegar tarde al trabajo. Ya iba pasando por la plaza centras, donde quedaba el edificio en el que trabajaba, cuando de repente notó algo inusual, pues una buena cantidad de personas se había agrupado alrededor del centro del parque, cosa que nunca había visto. Tuvo el impulso de acercarse y conocer la situación; se podría decir que surgió dentro de él una curiosidad que nunca antes había experimentado.
            La gente se aglomeraba alrededor de un hombre que contrastaba con el resto del mundo, pues el amarillo de sus ropas le hacía destacar entre la gris multitud. Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo escuchar su enérgica voz, dando un discurso que no parecía haber empezado hace mucho.
            El hombre hablaba con cierta tensión, pero decidido; sacudiendo los callejones adyacentes con el eco de sus palabras. Sin embargo, la gente parecía no prestarle atención a lo que salía de su boca, solo miraban, asombrados, tal vez incluso un poco aterrados de su presencia, pues rompía completamente con su rutina diaria.
            No obstante, había alguien que sí le escuchaba. Él, no podía decir que entendiera de qué estaba hablando, más de la mitad de lo que decía no le resultaba más que un balbuceo incongruente, más encontraba fascinación en su mismo ser, en ese desencaje del resto, no podía dejar de asombrarse delante de tal escena.
            Pero de repente, antes de que el orador terminara otra frase, se oyó un fuerte estruendo, y antes de que se diera cuenta, estaba en el suelo, sangrando. Alguien había recogido una piedra y se la había arrojado. Lo que siguió fue una visión que el hombre nunca podría borrar de su memoria: adultos, jóvenes, hombres y mujeres, todos empezaron a lanzarle todo aquello que tuvieran a la mano. Asustado, se largó de allí rápidamente, y se escabulló en su oficina. Agitado, respiró hondo, y tratando de enfocarse en algo distinto, empezó a hacer su trabajo, pero no podía, su mente se nublaba, lo que acababa de pasar no se le quitaba de la cabeza, su día normal había sido interrumpido por un huracán de sentimientos encontrados por el show que había presenciado en la plaza.
            Miró por la ventanilla que daba a la calle y pudo ver que ya no había nadie en el lugar. Un cadáver era todo lo que quedaba de tan horrible escena, sus ropas bañadas en sangre contrastaban incluso al pasar a mejor vida, mas la gente simplemente lo ignoraba, como esperando que con el tiempo se borrara, pues no querían que sus días normales fueran disturbados de nuevo.
            Entonces, se fue sin ni siquiera terminar su labor del día, escapó y se fue corriendo a su casa, de repente no se sentía igual, algo había cambiado, sus ojos percibían el mundo de otra manera, todo parecía tan fútil, tan monótono…
            Entró y se dejó caer en su colchón, con la cabeza tan hinchada de pensamientos que sentía que le iba  a estallar, deseando que tal vez mañana fuera un día normal.


                                                                                                 Autor:  Santiago Andrés León Higuera

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