viernes, 23 de agosto de 2019
viernes, 19 de julio de 2019
viernes, 7 de junio de 2019
Relato de un día normal
Relato de un Día Normal
El estruendoso ruido de la
alarma le perforó los oídos, abriéndose paso por su cerebro y despertándole del
trance en que se encontraba. Eran las cuatro y media, la misma hora de siempre,
a la cual se despertaba todos los días, y es que no había razón para que no lo
fueran, era un día normal.
Se levantó y empezó con su
rutina: Tomó una ducha, se cepilló los dientes, se arregló y bebió su
chocolate; entonces salió. El frío de la mañana era casi imperceptible para él,
pues lo había experimentado toda su vida, más bien le habría resultado raro si
esa mañana no hacía frío.
Las nubladas calles de la
ciudad estaban tan abarrotadas como siempre, llenas de gente que iban a
trabajar o estudiar, como todas las mañanas, todos vestidos con sus abrigos
monocromáticos, caminando rápidamente, sin voltearse o decir una palabra,
simplemente andaban. Si se tuviera una vista aérea de la calle, a uno le
parecerían más un grupo de hormigas, caminando de aquí para allá, como cuando a
alguien se le olvida un terrón de azúcar en la cocina.
Él caminaba por su ruta
habitual, apurándose por no llegar tarde al trabajo. Ya iba pasando por la
plaza centras, donde quedaba el edificio en el que trabajaba, cuando de repente
notó algo inusual, pues una buena cantidad de personas se había agrupado
alrededor del centro del parque, cosa que nunca había visto. Tuvo el impulso de
acercarse y conocer la situación; se podría decir que surgió dentro de él una
curiosidad que nunca antes había experimentado.
La gente se aglomeraba
alrededor de un hombre que contrastaba con el resto del mundo, pues el amarillo
de sus ropas le hacía destacar entre la gris multitud. Cuando estuvo lo
suficientemente cerca pudo escuchar su enérgica voz, dando un discurso que no
parecía haber empezado hace mucho.
El hombre hablaba con
cierta tensión, pero decidido; sacudiendo los callejones adyacentes con el eco
de sus palabras. Sin embargo, la gente parecía no prestarle atención a lo que
salía de su boca, solo miraban, asombrados, tal vez incluso un poco aterrados
de su presencia, pues rompía completamente con su rutina diaria.
No obstante, había alguien
que sí le escuchaba. Él, no podía decir que entendiera de qué estaba hablando,
más de la mitad de lo que decía no le resultaba más que un balbuceo
incongruente, más encontraba fascinación en su mismo ser, en ese desencaje del
resto, no podía dejar de asombrarse delante de tal escena.
Pero de repente, antes de
que el orador terminara otra frase, se oyó un fuerte estruendo, y antes de que
se diera cuenta, estaba en el suelo, sangrando. Alguien había recogido una
piedra y se la había arrojado. Lo que siguió fue una visión que el hombre nunca
podría borrar de su memoria: adultos, jóvenes, hombres y mujeres, todos
empezaron a lanzarle todo aquello que tuvieran a la mano. Asustado, se largó de
allí rápidamente, y se escabulló en su oficina. Agitado, respiró hondo, y
tratando de enfocarse en algo distinto, empezó a hacer su trabajo, pero no
podía, su mente se nublaba, lo que acababa de pasar no se le quitaba de la
cabeza, su día normal había sido interrumpido por un huracán de sentimientos
encontrados por el show que había presenciado en la plaza.
Miró por la ventanilla que
daba a la calle y pudo ver que ya no había nadie en el lugar. Un cadáver era
todo lo que quedaba de tan horrible escena, sus ropas bañadas en sangre
contrastaban incluso al pasar a mejor vida, mas la gente simplemente lo
ignoraba, como esperando que con el tiempo se borrara, pues no querían que sus
días normales fueran disturbados de nuevo.
Entonces, se fue sin ni
siquiera terminar su labor del día, escapó y se fue corriendo a su casa, de
repente no se sentía igual, algo había cambiado, sus ojos percibían el mundo de
otra manera, todo parecía tan fútil, tan monótono…
Entró y se dejó caer en su
colchón, con la cabeza tan hinchada de pensamientos que sentía que le iba a estallar, deseando que tal vez mañana fuera
un día normal.
Autor: Santiago Andrés León Higuera
Unión
Unión
Estaba
sentada en el parque tocando con mi guitarra una bella canción. Mientras lo
hacía, pensaba en que hace mucho tiempo no veía a mis amigos. Recuerdo que
antes pasábamos mucho tiempo juntos, pero ahora no nos hablábamos y menos nos ayudábamos mutuamente. Pero ¿por qué?, ¿A dónde se fueron aquellos recuerdos?
¿qué fue lo que paso allí? Quizá todo empezó desde aquella vez cuando nos salió
mal lo que planeamos. ¡No, no puede ser! Creo que ya sé. Descuida, te contaré:
todo comenzó cuando estaban haciendo audiciones para un grupo artístico en mi
barrio. Yo me inscribí, pues sabia tocar la guitarra, el piano y el violín, así
que fui e hice la audición. Bueno, no salió como yo quería, pero mi mejor amiga
estaba allí y, como también hizo la audición, nos apoyábamos entre nosotras y
nos animamos en todo momento. Más o menos en un mes enviaron los resultados.
Llegaron cuando yo estaba con mi amiga y abrimos juntas el sobre. Fue una gran
sorpresa: ¡ambas estábamos en el grupo artístico!
Unos
días después fuimos a la primera reunión del grupo. Fuera de la sala donde
estábamos había un grupo de chicos que también eran del grupo; entonces, preguntamos
por qué no entraban a la sala, y un hombre nos contestó: “No está abierta aún, pero ya la abriré”. El hombre abrió la puerta,
y la sala estaba oscura; poco después una luz se prendió repentinamente y todos
nos asustamos, al principio, pero después nos sentimos felices porque era una
fiesta sorpresa de bienvenida. El maestro se presentó, nos dio un pequeño
discurso y todos nos presentamos luego. En el tiempo restante, aprovechamos
para conocernos entre todos y nos convertimos en un gran equipo artístico. Cada
una de los chicos que estaban ahí amaban el arte tanto como yo y mi mejor
amiga. Era increíble. En el discurso, el maestro nos dijo unas palabras que
nunca olvidaré: “Ustedes son una
comunidad o grupo grande, pero se van a dividir en cinco categorías: Danza,
música, pintura y dibujo, canto y teatro; nosotros elegimos su categoría de
acuerdo a su audición ¡y esperamos que disfruten de las clases!”. Obviamente, yo quedé en la categoría
de música y mi amiga en la categoría de danza. También podíamos escoger una
subcategoría, y yo escogí canto, pues, además de poder usarlo con mis
habilidades para los instrumentos, también cantaba muy bien y podía componer
canciones con más facilidad.
Unos
años después, invitaron a todo el grupo artístico a un evento, pero la
presentación no nos salió como lo esperábamos ni lo habíamos ensayado. Pero no le
dimos mucha importancia porque el maestro siempre nos repetía: “No importa si no ganan, siempre tendrán un
mejor premio SU AMISTAD Y EMPEÑO”. Esta vez no había premio, pero tomamos
esa frase con mucho cariño. Unas horas después del evento, llegaron muchas críticas
hacia el maestro y hacia nosotros; en especial, hacia la chica que tocaba el
clarinete. No pusimos mucha atención a aquellas críticas y nos mantuvimos
unidos. Después, nos dieron la triste noticia de que la chica que tocaba el
clarinete quería retirarse del grupo por las críticas que recibió, y así lo
hizo En ese preciso momento, todos mis amigos empezaron a culparse los unos a
los otros por los resultados de la presentación, y uno de los chicos dio la
idea de que el grupo tenía que separarse, y eso fue lo que sucedió. Ahora que
recuerdo esta historia, quiero remediarlo todo, pues fui yo quien propuso que
nos separáramos, y ahora los necesito a todos, a mi maestro… a mi grupo. Cuando
me encuentro a alguien de aquel grupo, veo en sus ojos que de nuevo quiere
estar con aquellos amigos del grupo artístico de antes. ¡Tengo una idea!: iré a
buscar a mi mejor amiga. De seguro ella me va a ayudar.
Ya
llegué a la casa de mi mejor amiga. Ahora le contaré el plan. (Lo dividí en
fases para que sea más interesante). En la primera fase quiero buscar a alguna
persona que actúe y que nunca hubiera estado en nuestro grupo. Luego, en la
fase dos, el actor hablará y socializará un poco con algunas personas del
antiguo grupo para que, más tarde, en la fase tres, las lleve con alguna de
nosotras. La idea es hablar con nuestros antiguos amigos y convérselos de
integrarse de nuevo al grupo. Además, vamos a pedirles que nos ayuden a
convencer a los demás. ¿Qué tal?, (bueno, primero debo empezar con plan
“convencer a mi mejor amiga”). Esperemos que acepte… ¡Muy bien! ¡Aceptó sin
ningún problema! Así, comenzamos lo más pronto posible con la primera fase: es una
mañana soleada y acabamos de desayunar. Ahora vamos caminando por la calle y,
justo en el otro andén, veo un cartel que dice: “Se contratan actores a tan solo $60.000 la semana. Llame al número
01-800-3636-5”. Es muy barato, así que mi amiga ya está llamando, y es
probable que la fase dos comienza en más o menos media semana porque ya tenemos
cita con el actor. Así que, fase dos, aquí vamos. Nos encontramos con el
muchacho en un parque donde estaba bailando hip
hop con muchas personas a su alrededor. De acuerdo, es momento de que él
vaya e intente convencer a algunos de mis amigos. ¿Por qué será que las cosas
no salen como las planeo? El chico caminó casa por casa buscando a algunos de
los integrantes del grupo, pero no pudo convérselos porque desconfiaron de él:
no lo conocían, obviamente. Entonces, mi mejor amiga habló con los que pudo y
les dijo que los extrañaba mucho. También les habló del plan, y ellos
estuvieron muy entusiasmados. Al parecer yo no era la única que quería verlos
de nuevo. Fase dos y fase tres, superadas. Pero lo más difícil es encontrar a
nuestro maestro porque él vive en una ciudad grande y nosotros en un pueblo…
pequeño, muy pequeño. Eso no importa: ahora mismo vamos rumbo a la gran ciudad,
con mucho entusiasmo. (Horas más tarde). Aquí estamos buscando al maestro en su
actual trabajo, pues ahora dizque es secretario en la registraduría. Él es un
artista, y yo no entiendo por qué trabaja ahí. De cualquier modo, preguntamos
por el maestro y nos dijeron que estaba en su día de descanso. No fue tan
difícil encontrar la casa del maestro –los compañeros de trabajo nos dieron ese
dato-. Aquí, en la gran ciudad, es de
noche, y acabamos de hablar con él. Al principio no entendí lo que nos dijo,
pero, ahora que lo pienso, logro comprenderlo: “Ustedes eran un grupo fuerte. Volveré”. ¿Pueden creer que estamos
de nuevo juntos? Yo no lo creo, pero sí creo en nuestro grupo. Después de todo,
el maestro siempre nos animó con muchas frases inspiradoras, y ahora lo sé; sé
que “la comunidad no se detiene, porque
todos unidos llegaremos más lejos”.
Autora: Mariana López
viernes, 3 de mayo de 2019
El pavo real y el sapito amarillo
Los
animales del bosque observaban con gran admiración cómo el pavo real caminaba
con garbo, mientras pequeñas flores caían de los árboles como paracaídas en
campos de batalla y tejían una perfumada alfombra para él. Todas las miradas se
posaban en su tornasolado plumaje. El pavo real lo sabía, abría su abanico de
múltiples ojos y pensaba que no había en el mundo una criatura más hermosa que
él.
Pasaron
los meses y llegó el tiempo de sequía; eran pocos los lugares donde los
animales podían beber agua. Cuando caía la tarde se reunían en el abrevadero
que estaba al pie de la montaña. Una tarde, apareció el pavo real en busca de
un poco de agua. Hizo su entrada majestuosa sin considerar los animales que lo
rodeaban.
Dos
urracas que estaban en una ceiba cercana comenzaron a murmurar:
-
Qué ser tan engreído.
- Es
muy pretencioso y vanidoso.
Un
sapito amarillo que estaba cerca las reprendió.
-No
sean envidiosas. Ustedes hablan así porque están viejas y desplumadas.
-Las
urracas levantaron el vuelo, refunfuñando.
El
sapito se acercó al pavo real y le dijo:
-No
le prestes atención, ellas sólo sienten envidia.
-¿Quién
eres tú? Preguntó el pavo. ¿Cómo te atreves a hablarme?
-Soy
el sapito de esta charca del norte.
-El
pavo real extendió su abanico de múltiples colores y le dijo: aléjate de mí.
Ser grotesco. No soporto tu presencia.
El
sapito se alejó cabizbajo. Nunca pensó que un ser tan maravilloso pudiera
albergar tanto resentimiento en su corazón.
La
sequía se prolongó más de lo esperado y trajo consigo un voraz incendio donde
murieron muchos animales ya que las llamas los tomaron por sorpresa mientras
dormían.
Es
fatídica noche el sapito amarillo huía cuando oyó que alguien se quejaba en
medio de los matorrales. Se acercó sigiloso, vio algo negro, churruscado que se
retorcía de dolor. Cuál fue su sorpresa cuando reconoció que esa cosa que se
lamentaba era el pavo real. Como pudo lo llevó consigo hacia la charca del
norte donde crecían las plantas medicinales con las que hizo un ungüento y curó
sus heridas.
Los
animales del bosque al ver el pavo sin plumaje se burlaron hasta la saciedad,
pero luego se dieron cuenta de su error. El sapito amarillo les había dado un
gran ejemplo de amistad al curar desinteresadamente al pavo real. Y pavo
aprendió a respetar a sus semejantes por muy diferentes que fueran. Así se ganó
de nuevo la admiración de todos.
Autora: María Isabella Molina
Un Amigo en el Invierno
Un Amigo en el Invierno
Rhett estuvo toda la noche pendiente de su madre, le echó más leña al fuego y se quedó contemplando el rostro pálido y exhausto de la hermosa mujer. Acercó sus labios y con la delicadeza necesaria para no dañar el sueño ajeno, besó su frente. Ya dejándola acomodada, salió de la humilde casa improvisada, caminaba entre el gran bosque de pinos, el paisaje estaba bañado de nieve y había un silencio absoluto. Los pasos del joven se hundían hasta sus canillas y sentía un dolor insoportable en los pies que estaban torturados por el frio, llevaba puesto un abrigo que le quedaba muy grande y estaba todo remendado, en los grandes bolsillos tenía dos panes que le tenían que alcanzar para todo el día.
Rhett estuvo toda la noche pendiente de su madre, le echó más leña al fuego y se quedó contemplando el rostro pálido y exhausto de la hermosa mujer. Acercó sus labios y con la delicadeza necesaria para no dañar el sueño ajeno, besó su frente. Ya dejándola acomodada, salió de la humilde casa improvisada, caminaba entre el gran bosque de pinos, el paisaje estaba bañado de nieve y había un silencio absoluto. Los pasos del joven se hundían hasta sus canillas y sentía un dolor insoportable en los pies que estaban torturados por el frio, llevaba puesto un abrigo que le quedaba muy grande y estaba todo remendado, en los grandes bolsillos tenía dos panes que le tenían que alcanzar para todo el día.
La madrugada
estaba oscura y apenas se podía ver los primeros rayos de sol que chocaban con
las montañas del muy lejano; llegó a la ciudad, todavía no había mucha gente
afuera debido al clima; entró por la calle principal y anduvo por está mirando
los locales y negocios cerrados. Ese día necesitaba encontrar trabajo, debía
ponerse a hacer algo, estaba cansado de la ardua caminata y como todavía no
había gente afuera a quien pedir un oficio, se desvió y entro a la plaza central
de la ciudad.
Se sentó en una
banquita, pero viendo que sus pies aún tocaban la nieve decidió acostarse y
acurrucarse lo más que podía para tratar conservar el calor.
Cerró los ojos
por un momento, había salido muy temprano de casa así que decidió descansar mientras
la ciudad despertaba, debía reponer las energías que gastó de noche, cuando
estuvo cuidando a su madre hasta que su enfermedad le permitiera conciliar el
sueño.
Quedó profundo en
la banca y se soñó jugando con un niño blanco, era calvo no emitían palabra
solo reían y corrían en medio de las flores bajo un cálido sol que acariciaba
sus pálidas pieles.
–Despierta –dijo
el niño tocándole la cabeza.
Rhett abrió los
ojos de inmediato.
–Imaginé que me
despertarías.
–¡Rápido, no es
tiempo de bobadas debemos hacer algo!
–Soñé contigo
–dijo mientras se incorporaba.
–¡Rhett vámonos
dormiste por horas, ya va a ser mediodía!
–¡Oh… válgame,
ahora me tomará más tiempo encontrar algo de dinero! –dijo preocupado–. Ni de
noche ni de día tengo paz no entiendo porque la vida no me congeló mientras
dormía y así parar mi dolor –dijo con la voz temblorosa de tristeza
–¡Y dejar a tu
madre, ¿qué te pasa?, creí que jamás te rendías! –replicó enojado.
–Saymon, tu sabes
que lo he hecho todo.
–¡No te has
muerto porque te vi y me encargué de mantenerte caliente tonto! Tu todavía
tienes que luchar –dijo mientras lo abrazaba–. Sabes que siempre estoy contigo
ahora vámonos a trabajar.
Empezaron a
buscar algún oficio en el que pudieran servir, fueron rechazados por muchos
lugares, fueron a carnicerías en donde los rechazaron por no ser muy hábiles
con los cuchillos, intentaron en las obras de construcción en donde ni siquiera
les prestaron atención,
también trataron con la oficina de periódicos pensado en que ese trabajo no
requeriría de muchas habilidades. Pero para su sorpresa esta estaba cerrada.
Finalmente, decidieron separase por la ciudad para pedir un qué hacer en
distintos lugares y encontrarse tipo cinco de la tarde de nuevo en la banquita
de la plaza. Antes de dividirse, Rhett se comió con muchas ansias un pan de los
que llevaba en el bolsillo de su abrigo y le dio el otro a Saymon, que se lo
guardó de inmediato.
Ya solo, Rhett
siguió buscando algo. Por fortuna llegó a una panadería en la que ese día había
faltado el mesero, entonces el dueño del negocio, a regañadientes, aceptó darle
el trabajo por unos cuantos billetes.
–Usted se encarga
de traerle al cliente lo que necesite, limpiar y cobrar –dijo con mal genio–.
Sin embargo, quiero que sepa joven, que apenas el antiguo mesero este bueno y
sano para volver al trabajo, usted se irá.
–Sí, señor, lo
que usted mande.
Todo había
funcionado y ese día cuando se desocupó y salió de la panadería, ya había caído
la noche. Se acordó que a las cinco debía reunirse con Saymon. Entonces decidió
pasar a comprar comida y después encontrarse con su compañero.
Cuando llegó a la
banquita de la plaza con un bulto de comida al hombro, encontró a Saymon.
–¡Oye! Perdóname
Saymon –dijo mientras ponía el bulto en el piso y se sentaba junto su amigo en
la banquita.
–No te preocupes,
me enteré de la panadería y como veo esta noche no pasarás hambre –dijo
sonriendo–. ¿Ahora tienes ganas de que la vida te congele mientras duermes?
–¡Huy! –murmuro
Rhett sorprendido de la sabia pregunta.
–Todo se resume a
reír cuando puedas y llorar cuando lo necesites –le dijo al oído.
–Gracias –dijo y
se le escaparon unas cuantas lágrimas mientras abrazaba a su compañero.
Rhett se fue a su
casa. Cuando llegó, su madre estaba sentada en la silla del pequeño comedor.
–Mami hermosa,
¿cómo te sientes?
–¡Hijo! –dijo
sorprendida–. ¡Me tenías con el corazón en la mano, ni esperaste a que me
despertara!
–Oye, por ahora,
no tienes la capacidad de hacer nada ni preocuparte por nadie. No te afanes.
La madre sonrió
con ternura, estaba orgullosa de su hijo.
–¿Comiste? –dijo
la mujer con voz débil.
–Si, un pan.
–¡Santo, debes
estar hambriento hijo mío, pobre niño, válgame el cielo!
–Eso es lo de
menos madre, mira lo que traje –dijo mostrándole el bulto con comida.
–Gracias hijo por
todo lo que haces.
Esa noche madre e
hijo gozaron de un delicioso banquete, la comida los hizo olvidar los
problemas, y la enfermedad. Esa noche, el frio no entro en la casita, hubo un
calor tan ameno, que solo podía ser fruto del amor tan grande de aquella
familia.
Al día siguiente
Rhett se levantó más tarde, había trabajado mucho y necesitaba fuerzas.
La comida en el
saco, todavía alcanzaba para que su madre pudiera comer mientras él estaba por
fuera.
Cuando Rhett se
preparaba para salir de la casa, su madre saltó de la cama y en seguida sacó la
cabeza por la ventana y se puso a vomitar. Estaba muy enferma, la fiebre era
muy alta. Rhett le ayudó a acomodarse lo mejor posible.
El joven se fue
directamente hacia la panadería en la que había trabajado el día anterior.
Encontró ahí al hombre dueño del negocio.
–Buenos días
señor –dijo cordialmente–. ¿Habrá trabajo para mi hoy?
–No –dijo
toscamente–. El antiguo mesero ya volvió al trabajo.
–Y… ¿hay otra
cosa en la que pueda ayudar? –dijo preocupado–. Colabóreme
–No, ya tengo la
gente suficiente –contestó impaciente –. Y además usted con esa presentación de
vagabundo, lo único que hace es espantarme los clientes.
–Deme una
oportunidad mi señor, si tuviera una mejor prenda pues esa prenda me pondría.
–¡Que no!, yo no
soy aquí un recogedor de delincuentes que quieren sentar cabeza– dijo con
rabia–. ¡Usted es eso, un delincuente que lo único que quiere es robarme las
cosas de mi negocio! –dijo y lo empujó fuertemente.
Rhett se salió de
la panadería, temiendo que el señor decidiera pegarle y humillarlo.
Todo había
intentado, menos robar, se dirigió a la misma banquita y en ella se puso a
llorar por como lo habían menospreciado. Le dio rabia, todo el tiempo había
tratado de ganarse la vida con mucho esfuerzo y honestamente, para que un
atrevido le venga a decir que lo que tiene es robado. No se aguantó más,
decidió tener lo que quería así tuviera que ensuciarse las manos.
Fue local por local
disfrazándose de cliente y tomando todo lo que los demás dejaban descuidado, le
resultaba fácil, sus menudas manos pasaban por cualquier bolsillo rápidamente.
Se disponía a entrar a una casa, salto la reja que separaba el patio de la
calle y se acercó así una ventana disimuladamente. Miro adentro, no había nadie,
cogió una piedra, estaba listo para romper la ventana.
–¡Deténgalo,
quiere entrar a mi casa! –dijo un hombre a dos guardias que estaban cerca.
Rhett salió
corriendo del lugar, detrás del el iban los dos hombres con sus bolillos. El
joven corría con las manos en los bolsillos de su abrigo, ahí llevaba todo el
botín que había conseguido y por nada del mundo podía perderlo. Rhett miraba
hacia atrás, para ver si ya estaba distante y podía esconderse. Los hombres
estaban todavía muy cerca. Encontró por fin un desvió en un callejón sin
salida, no dudo en entrar, los guardias alcanzaron a ver en donde se escondía el
ladrón.
El callejón
ocupaba el espacio de entre dos edificios y estaba lleno de basura, Rhett
resolvió esconderse en un contenedor que estaba casi al fondo.
–¿Qué has hecho?
–pregunto Saymon que estaba ya dentro.
Rhett se quedó
callado y no fue capaz de mirarlo a los ojos.
–¿Por qué? –dijo
Saymon llorando –. ¡Tú no eres consiente, no eres consciente de nada Rhett! ¡Esto
no es ganarse la vida, no entiendes que, si te atrapan, nuestra pobre madre se
quedará sola y enferma!
Rhett rompió en
llanto.
–Escúchame, yo
estoy ya muerto, y me presento en este mundo porque me preocupa tu destino y el
de tu madre. Por favor, debes esforzarte aún más y no rendirte o echarte a la
vagancia tras el primer fracaso– dijo con un tono consolador–. Mira, tu estas
sano y cuentas con eso para salir adelante, yo no tuve esa posibilidad. Ahora
tú tienes que poder. Déjame irme con la certeza de que vas por el buen camino.
–Haré lo posible
por salvar a mi madre– contesto mientras abrazaba fuertemente a su amigo.
–Te diré lo que
vamos a hacer. Dame tu abrigo, tu gorra y las cosas que hayas robado. Yo salgo
y me entrego a los guardias y tu espera a que se vayan conmigo –dijo Saymon muy
seguro.
–¡No, debo asumir
las consecuencias de mis acciones! –respondió–. Solo te voy a pedir un último
favor amigo del alma. Ayuda a mi madre mientras yo este preso, has lo que
tengas que hacer, aparécete y mantenla a salvo. Después podrás irte en paz a la
infinidad del cielo, solo eso te pido, ese último favor, tú me enseñaste que
debo ser consecuente y que mejor que ahora para ponerlo en práctica. Te agradezco
con el alma, haces demasiado por mí.
–No Rhett, fuiste
tú el que hizo mucho por mí, jamás me abandonaste en mi enfermedad –Dijo
suavemente–. Claro que cuidare a tu madre por ti.
–Lamento mucho no
dejarte descansar Saymon.
En ese momento
los guardias ya estaban entrando en el callejón, entonces Rhett se despidió, salió
rápidamente del contenedor y se entregó a los guardias.
Saymon pudo
escuchar como su amigo era maltratado por los hombres.
Rhett duró dos
semanas preso. El juez se
apiado del muchacho sabiendo que robaba por necesidad. Después de cumplir su
castigo, lo primero que hizo fue volver a casa para ver cómo se encontraba su
madre. La hallo aún débil y enferma, pero ella le comento que su amigo le había
dado la atención de un ángel.
–Si madre, mi
amigo sí que es un ángel.
La madre le
contesto desde su cama con una amena sonrisa.
Rhett salió
afuera de la casita y miro al cielo agradecido por el favor que le había
concebido su amigo.
–Todavía
necesitas un trabajo –dijo Saymon sorprendiendo a Rhett por la espalda.
–¡Aghgggh!, me
asustaste
–No me puedo ir
sin decirte que tienes una gran oportunidad. Ese día en que nos separamos para
buscar empleo, fui a la biblioteca de la ciudad, estaba a cargo de un generoso
señor de elegante bigote. Le comenté la situación y acepto darte el trabajo de
ayudante. Además, dijo que, si eres bueno, ayudaría a tratar a tu madre, este
hombre tiene muchos conocimientos sobre medicina y ha viajado por el mundo
ayudando a los enfermos.
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