Los
animales del bosque observaban con gran admiración cómo el pavo real caminaba
con garbo, mientras pequeñas flores caían de los árboles como paracaídas en
campos de batalla y tejían una perfumada alfombra para él. Todas las miradas se
posaban en su tornasolado plumaje. El pavo real lo sabía, abría su abanico de
múltiples ojos y pensaba que no había en el mundo una criatura más hermosa que
él.
Pasaron
los meses y llegó el tiempo de sequía; eran pocos los lugares donde los
animales podían beber agua. Cuando caía la tarde se reunían en el abrevadero
que estaba al pie de la montaña. Una tarde, apareció el pavo real en busca de
un poco de agua. Hizo su entrada majestuosa sin considerar los animales que lo
rodeaban.
Dos
urracas que estaban en una ceiba cercana comenzaron a murmurar:
-
Qué ser tan engreído.
- Es
muy pretencioso y vanidoso.
Un
sapito amarillo que estaba cerca las reprendió.
-No
sean envidiosas. Ustedes hablan así porque están viejas y desplumadas.
-Las
urracas levantaron el vuelo, refunfuñando.
El
sapito se acercó al pavo real y le dijo:
-No
le prestes atención, ellas sólo sienten envidia.
-¿Quién
eres tú? Preguntó el pavo. ¿Cómo te atreves a hablarme?
-Soy
el sapito de esta charca del norte.
-El
pavo real extendió su abanico de múltiples colores y le dijo: aléjate de mí.
Ser grotesco. No soporto tu presencia.
El
sapito se alejó cabizbajo. Nunca pensó que un ser tan maravilloso pudiera
albergar tanto resentimiento en su corazón.
La
sequía se prolongó más de lo esperado y trajo consigo un voraz incendio donde
murieron muchos animales ya que las llamas los tomaron por sorpresa mientras
dormían.
Es
fatídica noche el sapito amarillo huía cuando oyó que alguien se quejaba en
medio de los matorrales. Se acercó sigiloso, vio algo negro, churruscado que se
retorcía de dolor. Cuál fue su sorpresa cuando reconoció que esa cosa que se
lamentaba era el pavo real. Como pudo lo llevó consigo hacia la charca del
norte donde crecían las plantas medicinales con las que hizo un ungüento y curó
sus heridas.
Los
animales del bosque al ver el pavo sin plumaje se burlaron hasta la saciedad,
pero luego se dieron cuenta de su error. El sapito amarillo les había dado un
gran ejemplo de amistad al curar desinteresadamente al pavo real. Y pavo
aprendió a respetar a sus semejantes por muy diferentes que fueran. Así se ganó
de nuevo la admiración de todos.
Autora: María Isabella Molina
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