Un Amigo en el Invierno
Rhett estuvo toda
la noche pendiente de su madre, le echó más leña al fuego y se quedó
contemplando el rostro pálido y exhausto de la hermosa mujer. Acercó sus labios
y con la delicadeza necesaria para no dañar el sueño ajeno, besó su frente. Ya
dejándola acomodada, salió de la humilde casa improvisada, caminaba entre el
gran bosque de pinos, el paisaje estaba bañado de nieve y había un silencio
absoluto. Los pasos del joven se hundían hasta sus canillas y sentía un dolor
insoportable en los pies que estaban torturados por el frio, llevaba puesto un
abrigo que le quedaba muy grande y estaba todo remendado, en los grandes
bolsillos tenía dos panes que le tenían que alcanzar para todo el día.
La madrugada
estaba oscura y apenas se podía ver los primeros rayos de sol que chocaban con
las montañas del muy lejano; llegó a la ciudad, todavía no había mucha gente
afuera debido al clima; entró por la calle principal y anduvo por está mirando
los locales y negocios cerrados. Ese día necesitaba encontrar trabajo, debía
ponerse a hacer algo, estaba cansado de la ardua caminata y como todavía no
había gente afuera a quien pedir un oficio, se desvió y entro a la plaza central
de la ciudad.
Se sentó en una
banquita, pero viendo que sus pies aún tocaban la nieve decidió acostarse y
acurrucarse lo más que podía para tratar conservar el calor.
Cerró los ojos
por un momento, había salido muy temprano de casa así que decidió descansar mientras
la ciudad despertaba, debía reponer las energías que gastó de noche, cuando
estuvo cuidando a su madre hasta que su enfermedad le permitiera conciliar el
sueño.
Quedó profundo en
la banca y se soñó jugando con un niño blanco, era calvo no emitían palabra
solo reían y corrían en medio de las flores bajo un cálido sol que acariciaba
sus pálidas pieles.
–Despierta –dijo
el niño tocándole la cabeza.
Rhett abrió los
ojos de inmediato.
–Imaginé que me
despertarías.
–¡Rápido, no es
tiempo de bobadas debemos hacer algo!
–Soñé contigo
–dijo mientras se incorporaba.
–¡Rhett vámonos
dormiste por horas, ya va a ser mediodía!
–¡Oh… válgame,
ahora me tomará más tiempo encontrar algo de dinero! –dijo preocupado–. Ni de
noche ni de día tengo paz no entiendo porque la vida no me congeló mientras
dormía y así parar mi dolor –dijo con la voz temblorosa de tristeza
–¡Y dejar a tu
madre, ¿qué te pasa?, creí que jamás te rendías! –replicó enojado.
–Saymon, tu sabes
que lo he hecho todo.
–¡No te has
muerto porque te vi y me encargué de mantenerte caliente tonto! Tu todavía
tienes que luchar –dijo mientras lo abrazaba–. Sabes que siempre estoy contigo
ahora vámonos a trabajar.
Empezaron a
buscar algún oficio en el que pudieran servir, fueron rechazados por muchos
lugares, fueron a carnicerías en donde los rechazaron por no ser muy hábiles
con los cuchillos, intentaron en las obras de construcción en donde ni siquiera
les prestaron atención,
también trataron con la oficina de periódicos pensado en que ese trabajo no
requeriría de muchas habilidades. Pero para su sorpresa esta estaba cerrada.
Finalmente, decidieron separase por la ciudad para pedir un qué hacer en
distintos lugares y encontrarse tipo cinco de la tarde de nuevo en la banquita
de la plaza. Antes de dividirse, Rhett se comió con muchas ansias un pan de los
que llevaba en el bolsillo de su abrigo y le dio el otro a Saymon, que se lo
guardó de inmediato.
Ya solo, Rhett
siguió buscando algo. Por fortuna llegó a una panadería en la que ese día había
faltado el mesero, entonces el dueño del negocio, a regañadientes, aceptó darle
el trabajo por unos cuantos billetes.
–Usted se encarga
de traerle al cliente lo que necesite, limpiar y cobrar –dijo con mal genio–.
Sin embargo, quiero que sepa joven, que apenas el antiguo mesero este bueno y
sano para volver al trabajo, usted se irá.
–Sí, señor, lo
que usted mande.
Todo había
funcionado y ese día cuando se desocupó y salió de la panadería, ya había caído
la noche. Se acordó que a las cinco debía reunirse con Saymon. Entonces decidió
pasar a comprar comida y después encontrarse con su compañero.
Cuando llegó a la
banquita de la plaza con un bulto de comida al hombro, encontró a Saymon.
–¡Oye! Perdóname
Saymon –dijo mientras ponía el bulto en el piso y se sentaba junto su amigo en
la banquita.
–No te preocupes,
me enteré de la panadería y como veo esta noche no pasarás hambre –dijo
sonriendo–. ¿Ahora tienes ganas de que la vida te congele mientras duermes?
–¡Huy! –murmuro
Rhett sorprendido de la sabia pregunta.
–Todo se resume a
reír cuando puedas y llorar cuando lo necesites –le dijo al oído.
–Gracias –dijo y
se le escaparon unas cuantas lágrimas mientras abrazaba a su compañero.
Rhett se fue a su
casa. Cuando llegó, su madre estaba sentada en la silla del pequeño comedor.
–Mami hermosa,
¿cómo te sientes?
–¡Hijo! –dijo
sorprendida–. ¡Me tenías con el corazón en la mano, ni esperaste a que me
despertara!
–Oye, por ahora,
no tienes la capacidad de hacer nada ni preocuparte por nadie. No te afanes.
La madre sonrió
con ternura, estaba orgullosa de su hijo.
–¿Comiste? –dijo
la mujer con voz débil.
–Si, un pan.
–¡Santo, debes
estar hambriento hijo mío, pobre niño, válgame el cielo!
–Eso es lo de
menos madre, mira lo que traje –dijo mostrándole el bulto con comida.
–Gracias hijo por
todo lo que haces.
Esa noche madre e
hijo gozaron de un delicioso banquete, la comida los hizo olvidar los
problemas, y la enfermedad. Esa noche, el frio no entro en la casita, hubo un
calor tan ameno, que solo podía ser fruto del amor tan grande de aquella
familia.
Al día siguiente
Rhett se levantó más tarde, había trabajado mucho y necesitaba fuerzas.
La comida en el
saco, todavía alcanzaba para que su madre pudiera comer mientras él estaba por
fuera.
Cuando Rhett se
preparaba para salir de la casa, su madre saltó de la cama y en seguida sacó la
cabeza por la ventana y se puso a vomitar. Estaba muy enferma, la fiebre era
muy alta. Rhett le ayudó a acomodarse lo mejor posible.
El joven se fue
directamente hacia la panadería en la que había trabajado el día anterior.
Encontró ahí al hombre dueño del negocio.
–Buenos días
señor –dijo cordialmente–. ¿Habrá trabajo para mi hoy?
–No –dijo
toscamente–. El antiguo mesero ya volvió al trabajo.
–Y… ¿hay otra
cosa en la que pueda ayudar? –dijo preocupado–. Colabóreme
–No, ya tengo la
gente suficiente –contestó impaciente –. Y además usted con esa presentación de
vagabundo, lo único que hace es espantarme los clientes.
–Deme una
oportunidad mi señor, si tuviera una mejor prenda pues esa prenda me pondría.
–¡Que no!, yo no
soy aquí un recogedor de delincuentes que quieren sentar cabeza– dijo con
rabia–. ¡Usted es eso, un delincuente que lo único que quiere es robarme las
cosas de mi negocio! –dijo y lo empujó fuertemente.
Rhett se salió de
la panadería, temiendo que el señor decidiera pegarle y humillarlo.
Todo había
intentado, menos robar, se dirigió a la misma banquita y en ella se puso a
llorar por como lo habían menospreciado. Le dio rabia, todo el tiempo había
tratado de ganarse la vida con mucho esfuerzo y honestamente, para que un
atrevido le venga a decir que lo que tiene es robado. No se aguantó más,
decidió tener lo que quería así tuviera que ensuciarse las manos.
Fue local por local
disfrazándose de cliente y tomando todo lo que los demás dejaban descuidado, le
resultaba fácil, sus menudas manos pasaban por cualquier bolsillo rápidamente.
Se disponía a entrar a una casa, salto la reja que separaba el patio de la
calle y se acercó así una ventana disimuladamente. Miro adentro, no había nadie,
cogió una piedra, estaba listo para romper la ventana.
–¡Deténgalo,
quiere entrar a mi casa! –dijo un hombre a dos guardias que estaban cerca.
Rhett salió
corriendo del lugar, detrás del el iban los dos hombres con sus bolillos. El
joven corría con las manos en los bolsillos de su abrigo, ahí llevaba todo el
botín que había conseguido y por nada del mundo podía perderlo. Rhett miraba
hacia atrás, para ver si ya estaba distante y podía esconderse. Los hombres
estaban todavía muy cerca. Encontró por fin un desvió en un callejón sin
salida, no dudo en entrar, los guardias alcanzaron a ver en donde se escondía el
ladrón.
El callejón
ocupaba el espacio de entre dos edificios y estaba lleno de basura, Rhett
resolvió esconderse en un contenedor que estaba casi al fondo.
–¿Qué has hecho?
–pregunto Saymon que estaba ya dentro.
Rhett se quedó
callado y no fue capaz de mirarlo a los ojos.
–¿Por qué? –dijo
Saymon llorando –. ¡Tú no eres consiente, no eres consciente de nada Rhett! ¡Esto
no es ganarse la vida, no entiendes que, si te atrapan, nuestra pobre madre se
quedará sola y enferma!
Rhett rompió en
llanto.
–Escúchame, yo
estoy ya muerto, y me presento en este mundo porque me preocupa tu destino y el
de tu madre. Por favor, debes esforzarte aún más y no rendirte o echarte a la
vagancia tras el primer fracaso– dijo con un tono consolador–. Mira, tu estas
sano y cuentas con eso para salir adelante, yo no tuve esa posibilidad. Ahora
tú tienes que poder. Déjame irme con la certeza de que vas por el buen camino.
–Haré lo posible
por salvar a mi madre– contesto mientras abrazaba fuertemente a su amigo.
–Te diré lo que
vamos a hacer. Dame tu abrigo, tu gorra y las cosas que hayas robado. Yo salgo
y me entrego a los guardias y tu espera a que se vayan conmigo –dijo Saymon muy
seguro.
–¡No, debo asumir
las consecuencias de mis acciones! –respondió–. Solo te voy a pedir un último
favor amigo del alma. Ayuda a mi madre mientras yo este preso, has lo que
tengas que hacer, aparécete y mantenla a salvo. Después podrás irte en paz a la
infinidad del cielo, solo eso te pido, ese último favor, tú me enseñaste que
debo ser consecuente y que mejor que ahora para ponerlo en práctica. Te agradezco
con el alma, haces demasiado por mí.
–No Rhett, fuiste
tú el que hizo mucho por mí, jamás me abandonaste en mi enfermedad –Dijo
suavemente–. Claro que cuidare a tu madre por ti.
–Lamento mucho no
dejarte descansar Saymon.
En ese momento
los guardias ya estaban entrando en el callejón, entonces Rhett se despidió, salió
rápidamente del contenedor y se entregó a los guardias.
Saymon pudo
escuchar como su amigo era maltratado por los hombres.
Rhett duró dos
semanas preso. El juez se
apiado del muchacho sabiendo que robaba por necesidad. Después de cumplir su
castigo, lo primero que hizo fue volver a casa para ver cómo se encontraba su
madre. La hallo aún débil y enferma, pero ella le comento que su amigo le había
dado la atención de un ángel.
–Si madre, mi
amigo sí que es un ángel.
La madre le
contesto desde su cama con una amena sonrisa.
Rhett salió
afuera de la casita y miro al cielo agradecido por el favor que le había
concebido su amigo.
–Todavía
necesitas un trabajo –dijo Saymon sorprendiendo a Rhett por la espalda.
–¡Aghgggh!, me
asustaste
–No me puedo ir
sin decirte que tienes una gran oportunidad. Ese día en que nos separamos para
buscar empleo, fui a la biblioteca de la ciudad, estaba a cargo de un generoso
señor de elegante bigote. Le comenté la situación y acepto darte el trabajo de
ayudante. Además, dijo que, si eres bueno, ayudaría a tratar a tu madre, este
hombre tiene muchos conocimientos sobre medicina y ha viajado por el mundo
ayudando a los enfermos.